26.03.2025 | Rocío Quintanilla El pasado 22 de marzo, un grupo de familias de Burgos, pertenecientes a la Parroquia de San Antonio Abad y Nuestra Señora del Pilar, tuvimos la suerte de compartir un tiempo de encuentro con las hermanas que actualmente residen en el Monasterio de Santa María la Real de las Huelgas.
Como esa Virgen Madre que contempla a su Hijo, el Hijo de Dios, con ternura y curiosidad, así nos acogieron las madres de las Huelgas: con cariño, con atención, en su casa divina.
Nuestros párrocos, Jesús Mari y Heriberto, organizaron una sesión preciosa, en la que todos pudimos compartir algo de nosotros mismos y, como suele decir Jesús Mari, “esponjar un poco el alma” de amor y de Dios.
A través del diálogo, nos presentamos las familias con nuestros hijos, y también lo hicieron las hermanas, compartiendo sus nombres y lugares de procedencia. Unidas, españolas, colombianas, peruanas y una guineana proyectaban un hermoso panhispanismo que se completaba, de forma especial, con la presencia de la hermana Gracia, una joven venezolana de tan solo 19 años, cuya decisión de consagrar su vida a Dios nos conmovió profundamente.
Durante esa tarde, los catequistas relataron cómo desarrollaban sus charlas con los niños en nuestras reuniones dominicales. Las hermanas, por su parte, nos hablaron de su vida conventual, centrada en el silencio de la oración, la lectura de la Palabra de Dios y una fraternidad profunda y serena.
El coro, que cada domingo acompaña con alegría las celebraciones en la Iglesia de San Antonio Abad, nos contó cómo un gran amor por Dios, expresado a través de la música, había transformado a un grupo de familias en un grupo sólido de amistad y compromiso. El broche de su intervención lo puso Darío, el hijo de uno de esos matrimonios amigos, que, de forma espontánea, expresó que cantaba por amor a los demás y para Dios.
También los niños tuvieron su espacio para preguntar y compartir algunas palabras con las hermanas. Querían saber quiénes eran aquellas mujeres que habían decidido vivir apartadas del mundo, conocer sus historias, sus edades, su forma de vida… Especial interés mostraron por la hermana Gracia, quien, con apenas 19 años, había tomado la decisión de entregarse a Dios. Con dulzura y sinceridad, ella respondió abriendo su corazón: nos habló de una infancia marcada por una profunda fe familiar, de un tiempo de vacío y sufrimiento, y de cómo Dios le devolvió el sentido de la vida de una forma auténtica y plena.
El encuentro concluyó con la música del coro, que compartió su canto con las hermanas y con María, madre de Dios, presente en ellas y a través de ellas. Las hermanas nos despidieron con dulces típicos y bebidas como muestra de agradecimiento y hospitalidad.
Como esa Virgen protectora, que da sentido al camino y mira con ternura a su Hijo amado, así nos sentimos nosotros: protegidos y amados por la oración y el amor de estas madres, que viven una vida hoy inconcebible para muchos, pero que, desde su silencio y oración, nos conectan con Dios y hacen de este mundo un lugar mejor.
Precioso testimonio! Gracias
¡Gracias por el comentario, Montse! La verdad es que sobrecoge.
Maravillosa tarde compartiendo experiencias de fe y amor. Un verdadero privilegio que nos hayan recibido en su casa, con sus sonrisas y los abrazos y el corazón abierto. Qué orgullo pertenecer a esta comunidad.
Nos alegra saber que lo has disfrutado de esta manera.
Un encuentro que enriquece a todos los participantes: escuchar, comunicar, participar, curiosiar; todos habéis salido enriquecidos por haber compartido.
Gracias por comunicarlo
Una maravillosa crónica de Rocío Quintanilla. ¡Gracias a todos por participar!